miércoles, 29 de septiembre de 2010

Un sobreviviente detalló los padecimientos que vivían los detenidos en el Vesubio

Por Eugenia Serres

Osvaldo Alberto Scarfia cursaba el bachillerato nocturno y tenía 17 años cuando un grupo comando lo secuestró dentro de su casa, al regreso del colegio. Apenas cruzó la puerta de su hogar, donde vivía con sus padres y su hermana, sintió un revólver en su cabeza. Alcanzó a ver su cama, cubierta por armas de los hombres que se lo iban a llevar. La manzana cortada por el operativo que realizaban fue lo último que vio antes que lo subieran al camión y le vendaran los ojos. Lo llevaron directo a “El Vesubio”.

Así comenzó el “camino del infierno” para Alberto Scarfia, como él mismo definió. Es uno de los sobrevivientes del centro clandestino que estaba ubicado en la provincia de Buenos Aires. Hoy reside en Bogotá, Colombia, y pudo rehacer su vida a pesar de la “destrucción psicológica” que le provocó el período de cautiverio ilegal. Luego de poco más de un año detenido se exilió en Francia, para luego trasladarse al país caribeño.

La audiencia de la jornada tuvo a Scarfia como único testigo. El período en el que estuvo detenido fue desde el 9 de mayo de 1978, hasta la finalización del Mundial de Fútbol de ese año, cuando fue trasladado para ser legalizado. De los imputados, asistieron los represores del Ejército Héctor Humberto Gamen y Pedro Alberto Durán Sáenz, mientras que Hugo Ildebrando Pascarelli estuvo representado por su abogado. Los acusados del Servicio Penitenciario Federal Diego Salvador Chemes, José Néstor Maidana, Ricardo Néstor Martínez y Ramón Antonio Erlán también asistieron, mientras que Roberto Carlos Zeoliti, estuvo representado también por su abogado.

Ante el Tribunal Oral Federal Nº 4 destacó también que ser sobrino del obispo Alberto Pascual Devoto, de Goya, provincia de Corrientes fue lo que lo salvó. “Mi tío fue a hablar con Videla personalmente”, sentenció Scarfia. Afirmó también que en su protección intervino el Consejo Apostólico Argentino.

La estrecha relación familiar con un eclesiástico de alto grado de la iglesia católica lo mantuvo en cautiverio como un “intocable”, resaltó. Por eso, no fue víctima de tormentos físicos en los interrogatorios. Sin embargo, destacó las condiciones “infrahumanas” en las que debió vivir junto con sus compañeros de sector durante el mes y medio que estuvo detenido de manera ilegal. Encadenados de pies y manos, pasaban los días hacinados, con capuchas o vendas permanentemente, y una inadecuada alimentación. El relato de los tachos, para las necesidades fisiológicas también lo destacó, como así el perfil antisemita de los torturadores, al declarar un particular ensañamiento hacia los detenidos judíos, que percibía era mayor que con las demás víctimas.

Además, aportó a la causa un dato clave y concreto, como fue el reconocimiento del hallazgo de su carnet de obra social en las excavaciones que se realizaron el 12 de diciembre de 1983, en “El Vesubio”, junto con el carnet de asociado al club deportivo Racing, de una persona que no identificó.

Por otra parte, la detención de Scarfia se realizó en un momento clave en la historia de la dictadura militar. Secuestrado a pocas semanas de iniciarse la Copa del Mundo de 1978, que se disputó en el país, Scarfia destacó que los “famosos traslados” se intensificaron durante este periodo. “Esa gente estaba muy nerviosa por la llegada de la Comisión de Derechos Humanos de la CIDH. A la noche los coches entraban y salían, no sé cuánta gente trasladaban, pero se escuchaba”.

El día de la final del Mundial de Fútbol relató que se hizo una lista con los detenidos que serían legalizados. Él, junto a los mellizos Marcelo y Daniel Horacio Olalla de Labra, fueron trasladados, primero a la Compañía de Ingenieros 10 “Pablo Podestá”, del Ejército Argentino, y luego a una comisaría de Ramos Mejía, que no logró identificar. Para ese período, destacó que los hermanos ya comenzaban a sufrir secuelas severas por el encierro, que plasmaban en llantos y gritos, como así ataques por la claustrofobia. Pasaban días enteros sin comer. “Tuvimos que comer papel”, relató Scarfia.

Por último, a la hora de las preguntas de las partes cabe resaltar que Scarfia aseguró que era dentro del mismo centro de detención que se decidía “la vida y la muerte” de los detenidos. El coronel que lo secuestró, cree que era uno de los que tenía “gran participación en los traslados”. Así también, destacó que las dos veces que los visitó un general, se les dio un mejor trato y mejores ropas “para cuidar la imagen” ante los superiores. Indicó a Suárez Mason como uno de esos generales.

La jornada debía contar también con el relato de la mamá de Silvia Angelica Corazza de Sánchez, pero el CELS desistió de ese pedido, ya que Ofelia Carrera de Corazza hoy tiene 88 años y no está en condiciones de declarar, según argumentó el organismo. Tania Gasparini y Heriberto Werneburg, el hijo del cochero que trasladó algunos de los restos de las víctimas de Monte Grande también fueron desistidos.